CARTA DE LOS SABANDEÑOS A LA HERMANDAD

CARTA DE LOS SABANDEÑOS A LA HERMANDAD


Puntuales y entre un velado perfume de incienso, se insinuaban los ciriales y las casullas en procesión, abriendo la ceremonia de la función principal. Acólitos y boato respetuosos, escondidos en el velado ambiente místico de formas adquiridas de siglos. Liturgia y solemnidad daban la bienvenida a la parroquia, que se disponía a participar en comunión para sumar un nuevo rito a la historia de la hermandad.

Apenas se apagaron los ecos del rezo, la difusa imagen de la nave llena de bruma pareció transformarse en una neblina evocadora. Todo se envolvió de otro tiempo y lugar. Y clamó grave la voz de la caracola.

Su lastimoso aullido salino reverberó en las bóvedas como acostumbra a despertar las nubes de la noche isleña. La sorpresa se tornó en silencio; casi en una congoja de quienes descubren un sonido ondulante, más primitivo que antiguo, tan lejano como emocionado.

El vibrar de aquella llamada del mar despertó la mortecina tarde en las calles grises de la Judería. Y como un aliado que sólo quería acunar rítmicamente el rumor de aquella concha, retumbó el tambor gomero llamando. Un golpe seco y luego otro; hondo, firme, regalaba su cadencia al siguiente para, juntos, forjar un ritmo ancestral que se hacía presente en el templo.

Unas chácaras y el timbal sabandeño conmovieron la espera. Todos comprendieron que iban a rezar de otra manera, arropados con el calor emocionado de una manta esperancera.

Y frente a la sorpresa destacaba con su serena estampa la imagen de la Luz que se regalaba más limpia que la fuerza de Magec, el sol de los ancestros.

Nadie sabía entender mejor el mensaje. Cuántos siglos esperando aquel eco isleño que por fin acunaba su casa. Un gesto nuevo, satisfecho y cómplice parece adivinarse en su rostro desde esa tarde mágica en la que, casi sin saberlo, entendimos el milagro y la fuerza de Candelaria. Todo sucedió; algo que terminó con esbozo de folía.

Y si vinieron a Mí
fue porque siempre estuvieron.
Hermanos guanches de fe
que más Candelaria me hicieron

Agradecido, Manuel Martínez-James García.


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